Columna Mafer Alarcón

¿Y estás segura de lo que pasó? Sí, me violaron

¿Pero qué recuerdas? ¿Segura que fue así? Es una declaración muy fuerte, ¿de verdad eso te pasó?… las mujeres que hemos sido violentadas, recurrentemente recibimos una pregunta similar a esta; es tan común la práctica de invalidar nuestras vivencias, de recibir el llamado “gaslighting”, que a veces podemos pasar incluso años sin aceptarnos víctimas de […]

Mafer Alarcón 30-06-2023 / 09:15:24

¿Pero qué recuerdas? ¿Segura que fue así? Es una declaración muy fuerte, ¿de verdad eso te pasó?… las mujeres que hemos sido violentadas, recurrentemente recibimos una pregunta similar a esta; es tan común la práctica de invalidar nuestras vivencias, de recibir el llamado “gaslighting”, que a veces podemos pasar incluso años sin aceptarnos víctimas de violencia.

ESTABA ENOJADA, ESTOY

Tenía 11 años cuando mi profesor de natación en el conocido club deportivo Sports World comenzó a abusar de mí. Clase con clase, yo, como la niña que era, no podía descifrar que era lo que estaba ocurriendo, pero sí sabía algunas cosas: no lo podía decir, me hacía sentir especial en una realidad en la que el bullying escolar me hacía sentir miserable y a la vez me generaba un profundo miedo; sí, un choque de emociones difícil de entender.

Hace un par de años mi vida tomó otro rumbo; estaba en una de las clases de la maestría conversando con el grupo cuando un compañero argumentó convencido que “las mujeres deben presentar evidencias jurídicas ante una denuncia de abuso sexual; si no cualquiera podría mentir”, aún cuando estudios como False allegations of sexual assualt: an analysis of ten years of reported cases. Violence against women (2010) ya han revelado que solo del 2% al 10% del 100% de las denuncias resulta ser falso; no me dan las palabras para explicar lo que sentí, pero quizás las más certeras son: una violenta rabia, no podía comprender que en un grupo de “académicos” la discusión fuera tan mediocre como para hablar con tan poco conocimiento y tanta crueldad, en ese momento pude decir por primera vez en voz alta que había vivido un abuso sexual.

Desde que ocurrió es como si mi cerebro hubiera decido desbloquear este periodo de tiempo, después de años de no recordarlo y solo tener vagos flasheasos inundados de preguntas que yo misma desvirtué, con el paso de los días cada vez lo recuerdo con más claridad, ahora entiendo que por mucho que odié cada instante de esa pobre conversación en clase la ira no provenía de ahí.

EL PESO DEL GASLIGHTING

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, el 16.3% de las mujeres mayores de 15 años en México han sufrido alguna vez abuso sexual, sin embargo, solo el 12.9% de las mujeres que lo han sufrido en México han denunciado el hecho. Esto indica que la mayoría de los casos no son denunciados y todos sabemos por qué: ya sea por el miedo a represalias o por falta de confianza en las autoridades. Pero parte del problema es que nos quedamos con esto, sin profundizar mucho más, sin evidenciar el gaslighting.

El gaslighting es una forma de manipulación psicológica en la que una persona o varias intentan hacer que otra cuestione su propia percepción de la realidad y su cordura. Esta técnica de manipulación es realmente peligrosa; las víctimas de abuso sexual la vivimos a diario de manera consciente e inconsciente. Un retrato total de misoginia colectiva y legitimizada, el gaslighting se ha vuelto parte fundamental del instrumento que propicia que las mujeres no solo callemos, sino que incluso bloqueemos la vivencia.

Hay una cultura negacionista a la violación, nos cuesta trabajo aceptar que las personas puedan ser tan grotescas aun cuando diario lo confirmemos; nos es más sencillo crear conductas que coloquen a la mujer en el rango de la exageración y la histeria, antes que nombrar la incapacidad de los hombres por tener humanidad más allá de sí mismos. A falta de opciones replicamos la mentira de la autoestima; “sí, es horrible lo que te pasó, pero eres una mujer fuerte. Podrás superarlo”, alguna vez leí que “el amor propio no corrige actos sistémicos”, pero cómo revienta en la bilis que nos quieran hacer creer que sí.

Abro un paréntesis aquí, para señalar lo evidente: las mujeres no somos las únicas víctimas de abuso sexual; cada vez más la estadística nos demuestra que tanto hombres como personas no binarias, viven también esta forma de violencia y es necesario nombrarla. Sin embargo, hoy me limito a hablar desde el conocimiento vivencial, no solo por la egoísta búsqueda de reconciliación propia, también como contra postura de la universalización que trabaja como aplanadora del privilegio y la desigualdad. Quitarse la sombra del gaslighting es una enorme carrera por desaprender, es lidiar con una construcción de la realidad en la que no somos válidas.

GANAS DE ARDER

Desde que comprendí que estoy enojada, fúrica, rabiosa y, sí, “histérica” ha sido un proceso de autoenfrentamiento; una explosión de tacha de realidad con la cruda que conlleva. Salí de esa clase con ganas de lanzar un fósforo a mis espaldas y que todo se consumiera en llamas, sin entender —aún— que a quien quería quemar era al que no tuvo deparo en tocar a una niña.

Al inicio creía que para estar bien tenía que lograr estar en “paz”; la vil mentira del perdón: moralista y desvinculante, porque al final “tú decides si quieres estar bien”; pero en realidad esta última parte no es tan falsa, superficial e inconscientemente muchas veces sí decidimos estar “bien” por eso bloqueamos y callamos; favoreciendo a la cultura del miedo, a la de la misoginia. ¡Qué fácil! Poner el peso sobre nosotras, las víctimas, no solo desde el punto de vista de la culpa (¿pero y como ibas vestida?, ¿qué hora era?, etc.), sino desde la sanación también; como si además fuera de ahuevo sanar… Porque, ¡claro! Desde la fenomenología de la superación del feminismo blanco y buena ondita, que nos siguen diciendo que la buena feminista aguanta, supera y se homologa con las formas correctas de fuerza y caracter, las mujeres tenemos que poder con todo.

Cada vez entiendo más que no, que no quiero estar bien, que no necesito superar o perdonar; cada vez puedo decir con mayor seguridad esa palabra con “V” que tanto tabú nos genera no por la inmundicia del acto, sino por el estigma que adquiere la mujer. Hay ocasiones en las que me cuestiono, ¿qué es más doloroso, lo que me hicieron o los efectos colaterales? Cheryl Thomas, dice que “la violación es una de las formas más terribles de violencia porque no solo hiere el cuerpo de una persona; también viola su espíritu y su mente”. Sí, me violaron y me jodieron y ahora eso influye en todos mis actos y decisiones, entender eso es entenderme a mí misma y validarme.

Tú que me lees, quiero decirte que si pasas por una situación similar te abrazo mucho. Si estás llena de rabia y furia es completamente natural, no te quita valor. El mundo querrá hacerte dudar de lo que viviste, intentará invisibilizarlo, buscará otras palabras para minimizarlo y cuando eso te moleste te dirá intensa, ¿y sabes qué? Sí, lo eres, porque no hay forma de no serlo en un entorno en el que se disculpa el abuso y violencia disfrazando el dolor y el coraje con burocracias absurdas y apatía social.

Mafer Alarcón