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No es lo mismo
El comienzo del siglo XXI vino acompañado de una avanzada de los gobiernos de izquierda identificados con el proyecto progresista. El continente entero aspiraba aires que permitían soñar, los liderazgos claros y contundentes de Evo Morales en Bolivia; Lula en Brasil, José Mujica en Uruguay, Hugo Chávez en Venezuela y Nestor Kirchner permitieron avanzar de […]
El comienzo del siglo XXI vino acompañado de una avanzada de los gobiernos de izquierda identificados con el proyecto progresista. El continente entero aspiraba aires que permitían soñar, los liderazgos claros y contundentes de Evo Morales en Bolivia; Lula en Brasil, José Mujica en Uruguay, Hugo Chávez en Venezuela y Nestor Kirchner permitieron avanzar de manera importante en derechos humanos y sociales en el sur continental, así como abrir paso a proyectos de integración latinoamericana por fuera de la hegemonía estadounidense.
Los sueños de liberación bolivarianos quedaron truncados cuando las traiciones como la de Lenin Moreno en Ecuador se combinaron junto a proceso turbios de lawfare como el sufrido por Dilma Rousseff en Brasil, así como las derrotas electorales en Uruguay y Argentina fulminaron las posibilidades. La vuelta del neoliberalismo no dejó intacto ningún país y arroyo de manera apabullante los progresos sociales obtenidos.
El triunfo de la izquierda mexicana en 2018 trajo a la región una potencialidad de segunda oleada progresista que permitió volver a soñar con la reconformación del bloque de izquierda en la región. Desde 2018 el progresismo latinoamericano ha ganado la presidencia de la mayoría de países del continente desde Sonora hasta La Patagonia. Sin embargo, no es lo mismo…
La vuelta a la democracia después del golpe de estado en Bolivia ha estado empañado por la voluntad de Lucho Arce a perdonar a los golpistas y abrir puestos de poder político, Alberto Fernández ha tenido rompimientos importantes con Cristina Kirchner y esa división permitió que el congreso quedara altamente dividido generando un clima de ingobernabilidad. Gabriel Boric ha tenido que conciliar los intentos de avances sociales encuadrado en una constitución pinochetista y la relación de México con Estados Unidos ha limitado el margen de acción de Andrés Manuel.
La imposibilidad de ganar con autoridad, como en los viejos tiempos, del progresismo ha generado triunfos de presidencia maniatados. La vuelta al poder de Brasil permite vislumbrar esto, un triunfo presidencial con un margen mínimo en el que además se perdió el gobierno de la capital y el poder legislativo; todo esto abonó el terreno para los atroces hechos de las hordas bolsonaristas tomando las sedes de los poderes federales.
La cumbre de la CELAC condenó al gobierno golpista de Dina Boluarte por la represión que ha costado ya 80 vidas sin embargo la suerte de Pedro Castillo no dista del intento de asesinato de Cristina Kirchner y el proceso de Lawfare que le siguió. En México las cosas no perfilan a ser sustancialmente distintas pues después del tsunami AMLO las corcholatas no podrán dominar la elección.
No es entonces atrevido asegurar que más que una segunda oleada progresista vivimos apenas chapoteos de lo que fue un proyecto fundamental para la región.