Deportaciones masivas en el horizonte: Texas ofrece terrenos a Trump

La administración de Texas se prepara para un escenario de deportaciones masivas bajo el próximo gobierno de Donald Trump.

Mafer Alarcón 03-12-2024 / 17:04:15

Las promesas de Trump son un arma “diplomática”

El regreso de Donald Trump al escenario político y su retórica incendiaria están avivando el fuego de la xenofobia y el racismo institucionalizado en Estados Unidos. Tras su triunfo en las elecciones de 2024, Trump intensificó sus promesas de una deportación masiva de migrantes, levantando nuevamente la amenaza que, como un espectro, se cierne sobre millones de familias, especialmente las mexicanas. Esta retórica, que no solo deshumaniza a los migrantes, sino que también es utilizada para fortalecer una agenda imperialista y supremacista, marca un punto de inflexión en las relaciones entre México y Estados Unidos. Trump no solo propone un muro físico, sino que refuerza el muro invisible del odio y la exclusión.

Las promesas de deportación no son solo una simple propuesta electoral: son un reflejo de un sistema profundamente racista que ha sido parte de la política estadounidense desde su nacimiento.


Costo económico de las deportaciones masivas

Las promesas de Trump no solo son racistas, sino también irrealistas. El costo de deportar a millones de migrantes sería colosal, superando los 20,000 millones de dólares anuales solo en operaciones de deportación, sin contar la construcción y mantenimiento de nuevos centros de detención. Esta cifra no solo demuestra lo insostenible de las medidas, sino también lo absurdo de un plan que no tiene en cuenta la dependencia estructural de la economía estadounidense en los migrantes. Según un estudio del Cato Institute (2020), deportar a los 11 millones de inmigrantes indocumentados en los EE. UU. costaría entre 100,000 millones y 200,000 millones de dólares a largo plazo, dependiendo de la metodología de deportación utilizada.

La economía de EEUU no puede prescindir de la mano de obra migrante, que sostiene sectores clave como la agricultura, la construcción y los servicios de salud. Al deportar a millones de trabajadores, Trump no solo pone en peligro la estabilidad laboral, sino que también dejaría una fractura en un sistema que se ha construido sobre las espaldas de los migrantes, quienes, a pesar de su exclusión legal, son esenciales para el funcionamiento del país. Un análisis de la National Academies of Sciences (2017) confirma que los inmigrantes no solo contribuyen significativamente al crecimiento económico, sino que ocupan trabajos que muchos estadounidenses no están dispuestos a tomar, especialmente en sectores como la agricultura y la construcción.

La inmigración es, de hecho, un motor económico en Estados Unidos. Los migrantes, incluidos aquellos que se encuentran en una situación de indocumentados, generan más de 2 billones de dólares anuales en actividad económica, según la American Council on International Policy (2021). Este hecho no puede ser ignorado, y sin embargo, la retórica de Trump lo reduce a una “invasión” que debe ser detenida a toda costa. La realidad es que los migrantes están entrelazados con el tejido productivo del país, y sus deportaciones masivas no solo afectarán a las familias, sino a los propios intereses económicos estadounidenses.



Las políticas de Trump se inscriben en un patrón global de criminalización de la inmigración que no es un fenómeno aislado. Su discurso refleja una agenda racista y hegemónica, una que tiene como objetivo la perpetuación de un orden global en el que las naciones más poderosas siguen moldeando las reglas del juego, mientras el resto del mundo se ve forzado a acatar sus órdenes. En este contexto, las políticas de Trump no son solo un ataque a los migrantes, sino un ejemplo claro de un imperialismo que no tiene reparos en utilizar a las poblaciones más vulnerables como chivos expiatorios. La narrativa de Trump se asemeja a la de otros gobiernos populistas y nacionalistas alrededor del mundo, que presentan a los migrantes como un peligro para la “pureza” nacional, cuando en realidad son producto de las mismas políticas imperialistas que él promueve.


La respuesta de México: ¿Una postura defensiva suficiente?

México ha respondido a las amenazas de Trump con una postura diplomática, pero también contundente. Claudia Sheinbaum, quien ha mantenido un firme apoyo a los migrantes y ha rechazado abiertamente las políticas de Trump, ha demostrado su compromiso en defensa de los derechos humanos de los connacionales. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, la pregunta es si México realmente está preparado para enfrentar las consecuencias de estas deportaciones masivas.

La postura de Sheinbaum ha sido clara y firme, pero el gobierno mexicano aún carece de un plan eficaz que le permita recibir a millones de deportados. Los recursos y la infraestructura del país simplemente no están diseñados para enfrentar un flujo masivo de retornados, especialmente cuando se enfrenta a las tensiones internas de la violencia y la inseguridad. La falta de políticas de reintegración laboral y la creciente polarización social dentro de México hacen aún más difícil que el país pueda ofrecer una respuesta sólida y efectiva a esta crisis.

Históricamente, México ha adoptado una postura sumisa frente a las presiones estadounidenses, desde los gobiernos de Calderón hasta el actual. Esta relación subordinada ha limitado las opciones de México, que se ve atrapado entre el interés por mantener buenas relaciones con su vecino del norte y la obligación de proteger a su propio pueblo.


Texas y la complicidad local con la agenda de Trump

El apoyo de Texas a las políticas de Trump es una muestra de la complicidad local con esta agenda supremacista. El gobernador Greg Abbott ha ofrecido tierras en la frontera para la construcción de centros de detención y deportación, lo que profundiza aún más el ciclo de criminalización y segregación racial. Texas, con su narrativa de “seguridad fronteriza”, no hace más que reforzar los estereotipos de que los migrantes son criminales y amenazas para la sociedad.

Este apoyo de Texas no es un hecho aislado, sino parte de un movimiento más amplio en los estados fronterizos para llevar a cabo la agenda de Trump. En lugar de enfocarse en soluciones humanitarias y diplomáticas, los gobiernos locales han decidido reforzar la retórica de la criminalización, perpetuando un ciclo de exclusión y violencia estructural.


Más allá de Trump

El peligro que representa Trump y su política de deportaciones masivas no es un fenómeno aislado. Trump es solo la cara visible de un sistema estructural que criminaliza a los migrantes y busca constantemente despojarlos de sus derechos fundamentales. La amenaza de Trump debe ser vista en su contexto más amplio: un sistema de dominación imperialista que utiliza la inmigración como un chivo expiatorio para encubrir sus propios fracasos y para mantener la narrativa de la "superioridad" nacional.

Es urgente que la comunidad internacional se movilice para enfrentar estas políticas racistas y supremacistas. La solidaridad internacional y la defensa activa de los derechos humanos de los migrantes son fundamentales para contrarrestar la violencia institucionalizada y el racismo que subyace en estas políticas. La lucha no es solo contra Trump, sino contra todo un sistema global que criminaliza y deshumaniza a quienes buscan una vida mejor.


Mafer Alarcón